lunes, 14 de junio de 2010

Se hace pis en la cama ¿cuándo preocuparse?


Se hace pis en la cama ¿cuándo preocuparse?

Cuando un niño se hace pis en la cama de forma involuntaria durante la noche hablamos de enuresis nocturna. Desde el punto de vista médico no se puede considerar como un problema grave, pero puede convertirse, para los niños y para los padres, en un auténtico problema. Altera las relaciones familiares, crea complejos y se vive como un problema que hay que esconder.

En la mayoría de los casos no es algo que debe preocupar.  En un 99 por ciento de los casos el problema desaparece espontáneamente con el paso de los años. Aproximadamente el 15% de niños/as de cinco años moja la cama, a los 6 años se reduce al 13%, reduciéndose cada año hasta llegar al 1% a los 16-17 años.  Quizás por esta razón los padres sólo consultan a un profesional en el 20 % de los casos.

Sin embargo, esta actitud pasiva de padres y educadores puede tener como resultado que el mojar la cama acabe generando muchos problemas en el niño, especialmente si se utiliza el castigo para corregir este problema y si el niño es rechazado o ridiculizado por su grupo de iguales.

Podemos decir que el niño tiene un problema de enuresis nocturna cuando a partir de los cinco años moja la cama de forma involuntaria durante la noche al menos cuatro veces al mes.

Los niños que no hayan cumplido cinco años no se deben considerar enuréticos, aunque mojen diaria o regularmente la cama. Conviene a partir de los cuatro años observar  esta regularidad y si siguen con este comportamiento al cumplir los cinco años, consultar  el pediatra para que determine si realmente es un problema de enuresis.

Aquellos niños que superan los cinco años y mojan la cama menos de cuatro veces al mes, tampoco hay que preocuparse. Lo normal es que esta frecuencia vaya disminuyendo y desaparezca.

Es importante diferenciar el niño que se hace pis en la cama desde siempre (enuresis primaria), en niños que en ningún momento de su desarrollo ha conseguido controlar la micción durante la noche. Diferente del niño que amanece seco durante un tiempo (semanas o meses) y pasa a mojar la cama con más o menos regularidad (enuresis secundaria).

La enuresis primaria es la que afecta a la gran mayoría de los niños que padecen enuresis, y es debida a causas fisiológicas, muy frecuentemente a la falta de madurez funcional de los esfínteres. Los esfínteres son unos músculos que tenemos en el ano y en la parte inferior de la vejiga que el niño ha de aprender a abrir o cerrar voluntariamente para dar paso a la micción o la defección.

Sin embargo la enuresis secundaria está relacionada con causas psicológicas, con conflictos emocionales como consecuencia de problemas de integración en la familia o el colegio, el nacimiento de un hermano, una separación de los padres…

Estas diferencias determinan el tratamiento a seguir, por lo que deben tomarse en consideración.

Como conclusión, la enuresis no es un problema grave, pero si no es tratado en el momento adecuado puede generar problemas psicológicos en el niño. Es conveniente solicitar la ayuda y orientación del profesional adecuado, bien pediatra, especialista en control de esfínteres, bien psicólogo infantil.  


C.V.G. (Psicóloga col. Nº CV02211)

viernes, 21 de mayo de 2010

Los miedos de los niños.


Los miedos de los niños.

¿Por qué los niños tienen miedo? ¿De dónde puede provenir la sensación de miedo de un bebé? Si observamos su reacción cuando se produce a su lado de forma inesperada un fuerte ruido, abre los ojos espantado, llora y grita. Lo mismo sucede si se le quita bruscamente el apoyo, la almohada, por ejemplo. Tiene miedo. Recordemos su actitud de terror cuando su madre le deja, o cuando aparece un rostro nuevo, desconocido para él; o sus gritos y cólera cuando reclama el alimento que se retrasa.

En todos estos casos el niño percibe una amenaza: de repente su equilibrio se ve roto, hay un cambio en la situación que le provoca miedo. Al quitarle la almohada es el equilibrio físico el que se rompe, cuando su madre se aleja el niño siente su ausencia como una amenaza a su seguridad. Son cambios de su situación de seguridad, incomprensibles para el niño. Todo cambio de situación implica una amenaza y es lo que le provoca miedo.

Del mismo modo, para superar su miedo el niño ha de adaptarse a la nueva situación, que es lo que constantemente intenta en sus primeros meses de vida.

Más adelante cuando el pequeño va reconociendo los objetos que le rodean y comprende su significado, sus reacciones de susto se producen por objetos o cosas que le impactan: objetos voluminosos que se le acerquen demasiado al rostro, los resplandores violentos, los colores encendidos, lanzarlo al vacío haciéndole una carantoña…

También pueden provocar su reacción de temor las cosas que se mueven (marionetas, peonzas…), los objetos que se desplazan (un coche eléctrico) y los seres vivos (perros, gatos, ciertas personas de su entorno…). En fin, todo aquello que el niño no comprende, cuyo origen o función no es capaz de entender, aquello que, con razón o sin ella, el niño considera peligroso.

El mundo de los pensamientos infantiles es muy distinto al nuestro y sus temores nos parecen con frecuencia extraños e incomprensibles. Como sucede en su tendencia a generalizar: su miedo al médico puede generalizarse a todos los que lleven bata blanca, por ejemplo. Es por esto por lo que es inútil intentar razonar o moralizar con un niño que tiene miedo.

¿Cómo actuar?

El niño se irá adaptando progresivamente a todas las situaciones nuevas, hay que permitirle poco a poco, darse cuenta de que no hay peligro, y lo conseguirá, siempre y cuando los adultos le sigamos ofreciendo un entorno de seguridad y confianza.


No sólo necesita que se le tranquilice ante lo que él considera peligroso, hay que mostrarle más afecto y cariño, no hay que ridiculizarle o criticarle por sus temores. Pasado el susto, cuando esté tranquilo, hablar con él sobre sus temores, intentando demostrarle la ausencia de peligro. En algunos casos, se puede intentar una reeducación progresiva. Por ejemplo, si tiene miedo a la oscuridad podemos empezar por dejarles un poco de luz al principio, e ir reduciéndola poco a poco hasta quitarla del todo.

Además, el niño necesita vivir en un ambiente familiar de calma y serenidad. La actitud de los padres y el clima familiar influyen mucho en la serenidad del niño ante el peligro. Las discusiones entre los padres, una atmósfera tensa, la continua excitación o nerviosismo en la familia, o bien, las regañinas, amenazas o reprimendas repetidas, los cachetes frecuentes, o también, un padre siempre ausente, o la irregularidad habitual de los horarios… en nada contribuyen al sentimiento de seguridad que necesita el niño.

¿Cuándo son anormales los temores?

Miedos como los que hemos citado hasta ahora aparecen en prácticamente todos los niños. Sin embargo, pueden calificarse como anormales o patológicos

  • Si persisten en una edad en que tendrían que haber desaparecido.
  • Si las manifestaciones de miedo del niño son particularmente intensas, frecuentes y prolongadas.
  • Si el niño presenta un estado de ansiedad o inquietud que se convierte en habitual.
En cualquiera de estos casos se debe acudir a un especialista de la Psicología para que valore cuál es la causa del malestar del niño e intervenir en consecuencia.

C.V.G. (Psicóloga col. Nº CV02211)

miércoles, 5 de mayo de 2010

El niño que se chupa el dedo.


El niño que se chupa el dedo.

Cada niño lo hace por un motivo particular, necesitaríamos estudiar cada uno de ellos.

En el seno de una familia unida puede haber un niño que, aparentemente, vive rodeado de ternura y afecto, pero, en un momento determinado de su vida, ha sufrido la impresión de abandono de su madre (o de su cuidador/a primario/a), y su respuesta puede ser chuparse el pulgar. En cambio, otro, en general bastante equilibrado y tranquilo, se chupa el dedo en determinadas circunstancias, por ejemplo, cuando su madre atiende a su hermano recién nacido. Otro parece buscar durante todo el día este “placer” que puede proporcionarse él mismo, sin necesidad de nadie. Finalmente, para otro es un gesto que realiza sólo en el momento de dormirse, lo “necesita” para relajarse y conciliar el sueño, en este caso, probablemente, es la necesidad de seguridad lo que le empuja.

¿Qué hacer? ¿Hay que prohibírselo?

El destete no debe ser demasiado tardío, ni brusco. El niño debe adaptarse poco a poco a los diferentes hábitos alimenticios: del pecho al biberón, luego los purés y papillas y después los alimentos sólidos. O mantener la lactancia (natural o con biberón) en combinación con estos otros. Actualmente son muchos los niños que hacia los 2 o 3 meses ya toman alimentos cocidos y, a menudo, con cuchara. Como consecuencia son muchos los niños que responden chupándose el pulgar, se les ha negado la succión demasiado pronto.

Es conveniente evitar, o más bien, hacer soportable para el niño todo aquello que hay peligro de que sienta como una frustración afectiva. El niño acepta con dificultad cualquier separación de la madre. Si fuera necesaria, la soportará mejor dentro de un ambiente familiar (abuela, tía...) o, al menos, con una sustituta “estable” y próxima para el niño. Aceptará mejor la separación si hay una persona en quien pueda ver una segunda madre.

Hay que distinguir la succión del pulgar durante el día y la que ocurre durante la noche.

En cualquier caso, Nunca prohibir. En modo alguno hay que atar las manos de los niños ni obligarles a ponerse guantes o untarles los dedos con productos amargos, procedimientos comunes y poco eficaces.

Más bien, hay que intentar satisfacer la necesidad que suele haber tras el gesto de chuparse el dedo. Probablemente, durante el día lo hace porque se aburre y con la succión se autoestimula, se genera sensaciones agradables. Se aconseja ofrecerle alguna actividad que le interese.

Tanto si se trata de un juego activo (tren, camión, construcciones…) como de ayudar a papá o mamá en la casa, en la cocina…, en el momento en que se le pide que participe en alguna actividad, deja de succionar el dedo, sobre todo, si esta actividad conlleva la atención, la presencia o el juego con papá/mamá.

En cuanto a la succión del pulgar durante la noche, para dormirse, con frecuencia no es más que un hábito que el niño encuentra agradable y que no supone grandes inconvenientes.

Sin embargo, puede ayudarle a sentirse más seguro y protegido si le ofrecemos al acostarse su objeto preferido para que duerma con él: una muñeca, el osito, el juguete más querido, o un libro de garabatos del que no se separa… de los que podrá disponer si se despierta. Con frecuencia al cuidar a la muñeca y protegerla, deja de sentir la necesidad de protección.

En muchas ocasiones se suele atribuir a la succión del pulgar las deformaciones de los dientes de la segunda infancia. En algunos casos, puede que sea cierto, pero estas deformaciones se constatan también entre los niños que no se chupan el dedo, sin saber exactamente cuál es su causa.


C.V.G. (Psicóloga col. Nº CV02211)

jueves, 15 de abril de 2010

Una bofetada a tiempo.

Una bofetada a tiempo.

Con este título Carlos González en su libro “Bésame mucho” (Ed. Temas de Hoy) hace una brillante defensa del rechazo a cualquier castigo físico como método educativo.

Gonzalez plantea la siguiente situación de conflicto familiar.

Jaime se considera un buen esposo y un padre tolerante, pero hay cosas que le hacen perder los. estribos. Sonia tiene un carácter difícil, nunca obedece y encima es respondona. Se «olvida» de hacerse la cama, aunque se lo recuerdes veinte veces. Es caprichosa con la comida; las cosas que no le gustan, ni las prueba. Cuando le apagas la tele, la vuelve a encender sin siquiera mirarte. Te coge dinero del monedero, ni siquiera se molesta en pedirlo por favor. Interrumpe constantemente las conversaciones. Cuando se enfada (lo que ocurre con frecuencia), se pone a llorar y se va corriendo a su habitación dando un portazo. A veces se encierra en el cuarto de baño; en esos momentos, ningún razonamiento consigue tranquilizarla. De hecho, una vez hubo que abrir la puerta del baño a patadas. Pero lo que realmente saca a Jaime de quicio es que le falte al respeto. Anoche, por ejemplo, Sonia cogió unos papeles del escritorio para dibujar algo. «Te he dicho que no cojas los papeles del escritorio sin pedir permiso», le dijo Jaime. «¿Pero qué te has creído? ¡Yo cojo los papeles que me da la gana!», respondió Sonia. Jaime le pegó un bofetón, gritando: «¡No me hables así. Pide perdón ahora mismo!»; pero Sonia, lejos de reconocer su falta, le plantó cara con todo desparpajo: «¡Pide perdón tú!» Jaime le volvió a dar un bofetón, y entonces ella le gritó: «¡Capullo!» y salió corriendo. Jaime tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para contenerse y no seguirla. En estos casos es mejor calmarse y contar lentamente hasta diez. Por supuesto, Sonia estará castigada en casa todo el fin de semana.

Este autor nos plantea un ejercicio de reflexión que les propongo a continuación. Supongamos que Sonia, la protagonista de este incidente, tiene 6 años y que Jaime es su padre. Probablemente pensaremos que ésta es una de esas situaciones en que es comprensible que a un padre “se le vaya la mano”, y que si tiene este comportamiento es porque es una malcriada y no se le ha dado una bofetada a tiempo.


Pero ¿qué pensaríamos si Sonia tuviese 16 años? Es muy probable que nos parecería que es demasiado mayor para pegarle, para obligarla a salir del baño o para exigirle que pida permiso para coger una simple hoja de papel. Pero ¿y si Sonia tiene 30 años y es la esposa de Jaime? Inaceptable el trato que recibe de su marido ¿verdad? Nunca trataríamos así a un adulto ¿por qué la violencia es más aceptable cuando la víctima es un niño?

Sigamos imaginando… supongamos que Jaime no es el padre de Sonia, es un amigo de la familia que tiene a Sonia viviendo en su casa porque sus padres disfrutan de un mes de vacaciones en pareja… De nuevo, el comportamiento de Jaime nos parece abusivo. Lo más probable es que la familia perdiera a Jaime como amigo para siempre. ¿Por qué la violencia nos parece más aceptable cuando viene de un padre? Debemos ser sinceros con nosotros mismos, nuestra sociedad es intolerante con la violencia pero lo es menos cuando el agredido es un niño, y el agresor un/a padre/madre. Como también lo es cuando el agresor es otro niño.

Supongamos que su hijo de nueve años al salir del colegio se enzarza en una pelea con un compañero de clase, uno empuja al otro, y el segundo responde con un puñetazo, acaban los dos revolcándose por los suelos. A no ser que estas peleas de nuestro niño se repitieran o acabaran con lesiones graves, lo más probable es que pensemos “son cosas de niños”, e incluso le recriminemos que no sea tan llorón y que plante cara. Pero supongamos que los protagonistas son dos compañeros de su oficina, la pelea podría acabar con una denuncia en el juzgado por agresión.

Es verdad que la burla, la humillación, el insulto… son formas más dañinas de agresión para el niño que una bofetada “flojita” de tarde en tarde. Pero eso, tampoco, no la justifica.

El niño que a los ocho años recibe una buena bofetada de sus padres aprende que los conflictos se resuelven a golpes y que los fuertes pueden imponer sus puntos de vista sobre los débiles. Entonces ¿somos malos padres porque alguna vez hemos pegado a nuestros hijos? ¿O porque les hemos pegado muchas veces? ¿Sufrirá su hijo un «trauma» por aquella vez, hace doce años, que perdíó los nervios y le pegó? Lo verdaderamente importante no es si la bofetada es o no un método educativo eficaz, o incluso podría ser inocuo. Simplemente es una cuestión de principios, hay cosas que no se hacen. Pegar a otro es atentar contra la dignidad de la persona.

Si alguna vez «se nos va la mano» con nuestro hijo, hagamos exactamente lo mismo que haríamos si nos ocurriera con un adulto: Primero procurar por todos los medios que eso no ocurra, después, reconocer que hemos hecho mal y, muy importante, pedir perdón a la víctima (nuestro hijo). De esta forma no se pierde autoridad, más bien, todo lo contrario, nos convertimos en verdaderos merecedores del reconocimiento de esa autoridad por nuestro hijo, y en un magnífico modelo para ellos.



C.V.G. (Psicóloga col. Nº CV02211)

martes, 23 de marzo de 2010

Falsas causas de sus conductas.

Falsas causas de sus conductas.

Los adultos solemos tener la “costumbre” de calificar y justificar el comportamiento infantil, especialmente sus conductas problemáticas, de tal modo que no ayuda en nada a la solución de sus problemas.

Es muy habitual que demos explicaciones inadecuadas y demos por verdaderas causas de su comportamiento que son falsas e inexactas. Con ello no sólo contribuimos a la desorientación de los padres sino, además, y como consecuencia, tampoco contribuimos a que el comportamiento del niño cambie, más bien, todo lo contrario, contribuimos a que se perpetúe, como veremos a continuación.

Por ejemplo, cuántas veces, cuando un niño tiene miedo a los perros, hemos oído afirmar a sus padres “…es que como yo de pequeña tenía miedo a los perros…”. Comentarios de este estilo son muy frecuentes. No solo no es verdad que el niño tenga miedo a los perros porque lo “ha heredado” de su madre, más bien lo ha aprendido, sino, lo que es peor, con este tipo de comentarios ante el niño se contribuye a que cada vez tenga más miedo.

Otras veces se recurre como causa explicativa al destino de cada uno, a su peculiar manera de ser, difícilmente modificable: “…es que lo lleva en la sangre” “…es que tiene ese genio”, “…cuando se pone de esta manera no hay quien…”. También en numerosas ocasiones se recurre al componente hereditario de la conducta, cuando, hasta el momento, los científicos tienen serias dudas sobre la transmisión hereditaria del comportamiento. Con demasiada frecuencia se recurre a falsas causas como: “…se le parece a su padre…”, “…yo de pequeña también…”, “…también su hermano hasta bien mayor…”.
Consecuencias para el niño.

Se contribuye a que padres y educadores aprendan a aceptar al niño “cómo es”, como se le describe, como un niño que necesariamente ha de ser así, y poco o nada se puede hacer para evitarlo.

Por su parte el niño, escucha los comentarios de sus padres, familiares y profesores y aprende a “verse a sí mismo” de este modo, cómo lo describen: “Es que él es así, es un…”, “se parece a…”. Estas actitudes y comentarios se repiten tan a menudo que el niño acaba por creer que es así. Como consecuencia actuará como tal, manteniendo su conducta problemática, identificándola como “su manera de ser”. No hay nada que motive al niño a cambiar, piensa: “¿para qué si yo soy así?”.

Aunque el niño se dé cuenta de que su conducta no es la adecuada, no tiene los recursos necesarios para cambiar si los adultos se limitan a justificar su comportamiento. No sólo eso, además los adultos acabarán por dejarlo por imposible hasta que espontáneamente cambie, hasta que “se haga mayor”, “cambie su naturaleza”, “la vida le obligue a cambiar”…

Evitar etiquetarles.

Otra de las falsas causas que contribuyen a mantener los problemas de conducta infantiles es ponerles etiquetas. “este niño es malo…, tímido…, torpe…, hiperactivo…”.  El problema de utilizar estos calificativos es que cada uno de estos términos puede tener muchos significados. ¿Qué es un niño malo? Sería muy difícil que nos pusiéramos de acuerdo sobre qué es la maldad. ¿Qué es un niño torpe? Puede ser torpe para determinadas asignaturas pero ser muy hábil en otras. ¿Qué significa que es hiperactivo? Que se levanta muchas veces en clase, que no para de correr en el patio… ¿y cuántas veces ha de levantarse para ser hiperactivo?.

Por otro lado, cuando se etiqueta a un niño con un término negativo se tiende a olvidar que también realiza conductas positivas y adecuadas. Un niño puede ser “malo” según los padres, pero al mismo tiempo puede ser cariñoso. Un niño puede ser “torpe” pero tener una voluntad de hierro o ser muy obediente.
 


C.V.G. (Psicóloga col. Nº CV02211)

miércoles, 3 de marzo de 2010

Libertad y autoridad.

Libertad y autoridad.

Hoy día se sabe que es equivocado contraponer, como generalmente se hace, la libertad y la autoridad como si fueran dos modos de educar opuestos. Desde su nacimiento para ayudar al niño en su desarrollo hay que asegurarle cierta libertad en sus actividades, y al mismo tiempo, hacerle sentir que ejercemos sobre él cierta autoridad, pues con ello le damos seguridad. Libertad y autoridad son dos necesidades complementarias para el niño.

Necesita que le dejemos en libertad para moverse por la casa, correr al aire libre, que pueda elegir si le gusta o no jugar al balón o las cartas, si quiere comer zanahorias o llevar un jersey rojo. No interferiremos siempre que no se perjudique a sí mismo ni a los demás. Debemos respetar el momento o la edad en que se despierta su deseo y sus medios y capacidades para caminar o leer.

Pero el niño necesita también, ejercitar su libertad dentro de ciertas reglas. Las espera de los adultos para sentirse seguro. Necesita que con nuestra autoridad le hagamos cumplir esas reglas. Si no es así, se siente desconcertado. Porque debemos tener en cuenta que el niño no nace sabiendo lo que debe o puede hacer y lo que no. Necesita que sus padres le guíen ejerciendo su autoridad como padres, es decir, poniendo normas y límites y ayudándole a cumplirlas.

Por sorprendente que parezca, en realidad, el niño siente esa autoridad como algo natural y es profundamente sumiso a ella, aún cuando de momento responda con un “no” a nuestros requerimientos. Estos accesos de oposición son, sobre todo entre los 2 y 3 años, una manera de expresar su independencia. En la mayoría de las ocasiones ganaremos en autoridad con simplemente no tomarlos en serio.

Muchas veces somos los padres y educadores quienes destruimos nuestra propia autoridad. La perdemos prohibiendo y ordenando continuamente mil detalles de su comportamiento sin ser realmente necesario: “Ponte derecho”, “siéntate bien”, “no juegues con el tenedor”, “deja ya de moverte”… O amenazando con mil castigos que no llegamos a cumplir: “”si no paras te doy un tortazo”, “te quedarás sin cenar”, “si no me das la mano te quedarás sólo en el parque”…

La perdemos también gritándoles, enfadándonos en exceso, lamentándonos, discutiendo nuestras normas con ellos, riñéndoles por todo. Como igualmente se pierde autoridad cuando los padres se critican mutuamente en su presencia: “deja tranquilo al niño, no sabes entenderle”, “eres demasiado blanda con él”, o se desautorizan. O cuando nos contradecimos o cambiamos de parecer “por esta vez te dejo”, “vale hoy recojo yo, pero mañana lo haces tú”; o cuando somos injustos, no manteniendo nuestras promesas, o diciendo mentiras o falsas razones porque a nosotros nos interesa.

Por el con contrario, podemos comprobar que la autoridad se acrecienta con una actitud tranquila, paciente y silenciosa, pero firme y constante, acompañada de gestos de cariño y aprobación. La clave reside mucho más en la actitud, en el tono de voz, que en las propias palabras.


C.V.G. (Psicóloga col. Nº CV02211)

lunes, 22 de febrero de 2010

Cómo y cuándo ignorarles.

Cómo y cuándo ignorarles.

Cuando a un niño le alabamos o le prestamos atención por algo que hace, lo repite, especialmente, si le seguimos “haciendo caso”. Del mismo modo, que al prestar atención a conductas adecuadas conseguimos que se repitan, el prestar atención a comportamientos que no deseamos también los mantiene. Por tanto, debemos retirar la atención de lo que no queremos que hagan los niños, pero siempre premiando y atendiendo las conductas adecuadas.

Padres y educadores corregimos los comportamientos no deseados de los niños con la regañina o la repetición cansina, que puede ser efectiva las primeras veces que se utiliza, pero el niño acaba por habituarse a ella, se insensibiliza a las críticas negativas. Para el niño se convierte en un tomarle en consideración por lo que hace. Los chavales se “acostumbran” a que se les insista, “les encanta” convertirse en “el centro de atención”.

En el momento en que le retiremos la atención a la que está acostumbrado, el niño aumentará la conducta que queremos reducir.

Ejemplo: Juan cuando se le ordena que se vaya a la cama se niega a gritos ante la insistencia de sus padres. Si sus padres cambian su forma de actuar y le indican calmadamente que ha llegado la hora de irse a la cama y que sólo se lo dirán una sola vez, la respuesta de Juan será aumentar su negativa y sus gritos, que sus padres deberán ignorar totalmente.

Deben armarse con grandes dosis de paciencia, porque haga lo que haga el niño (excepto conductas que detallaremos a continuación) deben permanecer tranquilos, sin mirarlo, ignorándolo por completo. Hacerle caso ahora, agravaría más el problema. El niño insiste en su forma habitual de comportarse porque suele obtener la atención de sus padres.

Los padres no deben dirigirse al niño excepto en el caso de que en su rabieta el niño tenga conductas que sean peligrosas para sí mismo, supongan un peligro para los demás o conlleve el romper objetos. Este tipo de conductas no pueden ser ignoradas en ningún caso. Inmediatamente se debe intervenir para interrumpir la conducta anómala y para proceder a la aplicación de un castigo, como, por ejemplo, unos minutos en “el rincón de pensar” o recoger las cosas que ha tirado al suelo.

Si importante es mantenerse firme ignorando las conductas inadecuadas, no debe olvidarse que mucho más importante es, paralelamente, reforzar, premiar o alabar la conducta opuesta adecuada. La más leve aproximación a la conducta deseada debe ser atendida y premiada.

Ejemplo: si Juan parece dirigirse tímidamente a su habitación, o deja de gritar y llorar, acudir para acompañarlo y abrazarlo. De esta forma le enseñamos que los gritos y las pataletas no “le sirven” para que le atendamos. Al mismo tiempo el niño aprende cuál es la forma correcta de comportarse, que sí tendrá la atención de sus padres.

Para conseguir que el niño cambie su comportamiento y se mantenga, siempre, insistimos, siempre, ante sus rabietas los padres han de actuar del mismo modo. Es fundamental ser constante y consistente, no desfallecer y mantener una actitud tranquila.

C.V.G. (Psicólogo Col. Nº CV02211)

lunes, 8 de febrero de 2010

Cómo enseñar lo más complejo.

Cómo enseñar lo más complejo.

La mejor forma de enseñar a los niños comportamientos adecuados es premiando cada conducta correcta. Un premio o alabanza para cada conducta concreta. Basándonos en esta regla sencilla, esbozamos de forma muy breve otras formas de facilitarles este aprendizaje, que no siempre resulta tan sencillo. Además, evitamos o reducimos frustraciones y enfados de los padres.

Para enseñarles conductas complejas.

Los niños han de aprender a hacer cosas que no pueden interiorizar de un día para otro. Debemos empezar por enseñarles conductas sencillas necesarias para el objetivo final.

Para andar primero debe ponerse de pié, después avanzar colocando un pie tras otro sujeto por un adulto y, por último, hacerlo solo. Cualquier acercamiento a una de estas conductas debe ser aplaudido, hasta que aparezca la siguiente más compleja que será la que se premiará, ignorando la más sencilla.

Existen otras conductas complejas que también deben aprenderse por partes, pero manteniendo cada una de las conductas sencillas que la forman. Por ejemplo, para comer solo, debe coger bien la cuchara, meter la cuchara en el plato, llenarla de sopa y llevársela a la boca sin derramarla. Se premiará o alabará cualquier progreso por pequeño que sea.

Para que hagan lo que no les gusta.

Una forma de motivarles es unir lo que les disgusta con una actividad agradable para ellos.

Ejemplos:

Si debe bajar la basura, después papá le dará un pequeño masaje.
Sólo tomará el yogur de frutas que tanto le gusta, cuando haya retirado su plato de la mesa.
Está deseando salir con sus amigos, pero lo hará sólo si primero hace los deberes…

Para enseñarles varias conductas a la vez: Programa de Fichas.

Una serie de puntos o fichas harán las veces de recompensas que el niño podrá canjear por premios tangibles o actividades que le gusten.

Los padres deben sentarse con el niño y explicarle qué ha de hacer para conseguir los puntos, qué puede lograr y cuántos puntos ha de tener para conseguir premios o actividades que sean deseables para él. Ejemplo: Queremos que Juan aprenda a ordenar su habitación:

- Si no hay nada tirado en el suelo, 1 punto.
- Si la cama está hecha, 1 punto.
- Si la mesa está ordenada, 1 punto.
- Si la ropa está recogida, 1 punto.

Si todo está en orden, en lugar de 4 puntos, recibirá 5 puntos. Con cinco puntos jugará 30 minutos en el ordenador.
Con 25 puntos irá con la familia al cine.

Cuando la conducta meta esté conseguida se eliminará el sistema de puntos, pero, igual que durante su aplicación, las muestras de aprobación y afecto se mantendrán, recompensándole ocasionalmente con algún premio material o de actividad.


C.V.G. - Psicólogo Colegiado Nº CV02211 -

miércoles, 20 de enero de 2010

Enséñale con un premio.

Enséñale con un premio.

Los buenos hábitos se aprenden y consolidan en la infancia. Para que los niños aprendan conductas adecuadas los padres deben emplear para enseñárselas, desde sus primeros meses de vida, el premio, la alabanza o la atención positiva cuando su comportamiento sea correcto.

Cualquier conducta del niño que vaya acompañada o se haga seguir de una recompensa o satisfacción para el niño, es más probable que la repita. Por tanto, si queremos que nuestro hijo tenga una conducta adecuada (como lavarse los dientes) debe ir seguida de nuestra atención o un premio.

A veces, los padres creen que el niño no hace nada para ser premiado, pero siempre hay algo, por ejemplo, el niño que no para de moverse, puede permanecer sentado unos segundos… inmediatamente hay que alabarlo por ello.

Para que el premio sea eficaz…

Debe aplicarse a comportamientos muy concretos. Debemos pedirle al niño que haga la cama, que pida las cosas por favor, que retire el plato de la mesa… y de esta forma cada vez que lo haga podemos premiarlo. Pero si le pedimos, por ejemplo, que “se porte mejor” o que “sea obediente”… el niño no sabe qué debe hacer, y, además, los educadores no sabemos exactamente qué comportamiento hay que premiar o alabar.

En primer lugar, debemos explicarle de forma clara y concreta qué conducta esperamos de él, y al principio recompensarle SIEMPRE que la realice. Podemos empezar premiándole con recompensas materiales (golosinas, juguetes, helado…) o premios de actividad (ver TV, jugar con el ordenador, darse un baño…), pero siempre acompañados de alabanzas, abrazos, sonrisas, una palmadita en la espalda… cualquier muestra de afecto y aprobación.

Esta atención positiva de los padres es lo más importante, siempre debe estar presente, mientras que los premios materiales o de actividad deben ir disminuyendo, hasta desaparecer.

Si le prestamos atención siempre que haga lo correcto (cuando se peina él solo, por ejemplo) y cuando protesta porque no quiere peinarse le ignoramos (no le insistimos, ni le reñimos), terminará peinándose solo.

Si le exigimos enfadados con órdenes repetitivas sólo conseguimos reducir su colaboración, porque se niega a cumplir las órdenes para que se le preste atención. Debemos reducir las órdenes al mínimo, indicarle amablemente lo que tiene que hacer y, cuando lo haga, premiarle y/o alabarle. Sólo lo conseguiremos si actuamos siempre del mismo modo, si somos consistentes en nuestras respuestas ante sus comportamientos.


C.V.G. - Psicólogo Colegiado Nº CV02211 -

martes, 5 de enero de 2010

Todo lo aprenden de ti.

Todo lo aprenden de ti.

Para el desempeño de una de las funciones más importantes que se han de afrontar en la vida adulta, ser padres, no existe un entrenamiento establecido, cuando está en juego la felicidad de los niños y la armonía de la familia.

Los padres deberían conocer los principios psicológicos del comportamiento y su aprovechamiento para la educación de los hijos. En este y otros artículos de esta sección hacemos un acercamiento sencillo y práctico a estos principios.

El niño aprende los comportamientos adecuados y los inadecuados.

Los niños aprenden a hacer, sentir y pensar de aquello que ven y oyen, más que de lo que se les dice u ordena que hagan. Si le decimos a gritos a un niño que hable en voz baja, seguirá gritando; si les damos una bofetada para que no se peleen, seguirán pegando.

Todo lo que se aprende puede re-aprenderse de otro modo. Lo que el niño ha aprendido a hacer incorrectamente (ejemplo: no hacerse la cama) puede aprender a hacerlo correctamente.

Erradicar las conductas inadecuadas.

Muchos padres se extrañan del mal comportamiento de sus hijos, porque lo corrigen con insistencia, y no consiguen que cambie su conducta. Pero, en realidad, les están prestando atención cuando hacen cosas inadecuadas, y negándosela cuando actúan de forma adecuada, pensando que eso es lo natural.

Es muy importante saber que si ante cualquier conducta del niño le prestamos algún tipo de atención, bien con la alabanza, bien con la reprimenda para corregirle, estaremos contribuyendo a que repita esa conducta. Ejemplo:

- Juan dice una palabra obscena, los adultos le reprenden por ello, o se sonríen, o hacen algún comentario, el niño es el centro de atención, por lo que repetirá «la gracia». Si cada vez que la repita todo el mundo le ignora, dejará de decirla.

Si la conducta inadecuada significa, de alguna manera, una recompensa para el niño, seguirá produciéndose. Ejemplos:

- Ana llora cuando se le dice que vaya a la cama. Tras un rato de llanto, la llevamos y le contamos un cuento para que se calle. Ana llorará cada día para irse a la cama, hasta que le contemos el cuento.

- Luis llora y reclama insistentemente la atención de su madre para que juegue con él. La madre sólo juega con Luis cuando el niño le pide jugar amablemente y sin llorar.

Fomentar las conductas adecuadas.

Cuando el niño realiza una conducta adecuada, si le alabamos, le sonreímos, le acariciamos o le damos un premio, contribuimos a que repita esa conducta. Si ante una conducta adecuada nunca prestamos atención alguna al niño, dejará de realizarla. Ejemplos:

- Juan recoge su plato después de comer y lo lleva al fregadero, si le damos las gracias por hacerlo, seguirá haciéndolo.

- Si a Ana después de vestirse sola se le da una recompensa, como las alabanzas de la madre, Ana tenderá a repetir dicho comportamiento con más frecuencia y lo aprenderá mejor.

Si queremos que las conductas positivas del niño se consoliden, se conviertan en hábitos, deben ir seguidas por un premio o consecuencia agradable para los pequeños.


C.V.G. - Psicólogo Colegiado Nº CV02211 -